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QUE BUSCA ISRAEL?
by Ilan Pape Saturday, Jul. 22, 2006 at 2:18 PM

Las verdaderas intenciones del gobierno israeli son las peores para la humanidad. Su demencia no tiene fin.

Los juegos de guerra de una camarilla militar despiadada
¿Qué busca Israel?


Ilan Pape, Electronic Intifada

Traducido para Rebelión por LB.


Imagínémonos un grupo de generales de alto rango que se hubiera dedicado durante años a simular escenarios de una Tercera Guerra Mundial en los que pudieran desplazar enormes ejércitos, emplear el armamento más sofisticado de su arsenal y disfrutar de la impunidad que proporciona un cuartel general informatizado desde el que dirigen sus juegos de guerra. Ahora imaginémonos que reciben la noticia de que no hay Tercera Guerra Mundial y que sus conocimientos son requeridos para apaciguar algunos suburbios próximos o para hacer frente al crimen rampante en villas miseria y en barriadas depauperadas. Y después imaginémonos —es el episodio final de mi hipotética crisis— lo que ocurre cuando descubren hasta qué punto han sido irrelevantes sus planes y cuán inútiles son sus armas para combatir la violencia callejera generada por la desigualdad social, por la pobreza y por años de discriminación en su sociedad. O bien admiten su fracaso, o bien deciden utilizar a pesar de todo el masivo y destructivo arsenal que tienen a su disposición. Lo que estamos contemplando estos días no es sino la destrucción provocada por los generales israelíes que han elegido la segunda opción.

Llevo 25 años enseñando en universidades israelíes. Algunos de mis alumnos eran oficiales militares de alta graduación. Tuve la oportunidad de observar su creciente frustración a partir del estallido de la primera Intifada en 1987. Detestaban esta forma de enfrentamiento, llamado eufemísticamente por los gurús de la Escuela Usamericana de Relaciones Internacionales “conflicto de baja intensidad”. Se enfrentaban contra piedras, cócteles molotov y armas primitivas que requerían un uso muy limitado del gigantesco arsenal amasado por el ejército a lo largo de los años y que no representaban ningún desafío para su capacidad de actuar en un campo de batalla en zona de guerra. Incluso cuando el ejército utilizaba tanques y F-16, la cosa no tenía nada que ver con los juegos de guerra que los oficiales jugaban en el Matkal (cuartel general) israelí y para desarrollar los cuales habían adquirido, con el dinero del contribuyente usamericano, el armamento más sofisticado y moderno disponible en el mercado.

La primera Intifada fue aplastada, pero los palestinos continuaron buscando formas para acabar con la ocupación. Se alzaron de nuevo el año 2000, inspirados esta vez por un grupo más religioso de líderes nacionales y de activistas. Pero seguía siendo un “conflicto de baja intensidad” y nada más que eso. Sin embargo, eso no es lo que esperaba el ejército, que anhelaba librar una “auténtica” guerra. Como Raviv Druker y Offer Shelah, dos periodistas israelíes estrechamente vinculados al ejército israelí, explican en un libro recientemente publicado con el título de Boomerang (p. 50), los grandes ejercicios militares anteriores a la segunda Intifada se basaban en un escenario que contemplaba una guerra a escala total. En dicho escenario se anticipaba que, en caso de producirse otro alzamiento palestino, habría tres día de “revueltas” en los territorios ocupados que conducirían a un enfrentamiento directo con los Estados árabes vecinos, especialmente con Siria. Dicho enfrentamiento, argumentaban, era necesario para mantener la capacidad disuasoria israelí y fortalecer la confianza de los generales en la capacidad de su ejército para llevar a cabo una guerra convencional.

Esta frustración se hizo insoportable cuando los tres días [de revueltas] previstos en los ejercicios se convirtieron en seis años. A pesar de lo cual, el enfoque general del ejército israelí con respecto al campo de batalla sigue basándose hoy en día en la idea de causar “espanto y terror” más que en perseguir a francotiradores, hombres bomba y activistas políticos. La guerra de “baja intensidad” pone en tela de juicio la invencibilidad del ejército israelí y erosiona su capacidad de combatir en una guerra “real”. Y lo más importante de todo: no permite a Israel imponer unilateralmente su visión sobre la tierra de Palestina, a saber: un territorio sin árabes mayoritariamente en manos de judíos. La mayoría de los regímenes árabes han sido lo suficientemente débiles y complacientes como para permitir a los israelíes proseguir con su política. La excepción a esa regla la constituyen Siria y Hezbollah en el Líbano. Ambos deben ser neutralizados para que el unilateralismo israelí pueda triunfar.

Tras el estallido de la segunda Intifada en octubre del 2000 los israelíes pudieron permitirse aventar algo de su frustración utilizando bombas de 1.000 kilos contra un edificio de Gaza o, durante la operación “Escudo Defensivo” del 2002, arrasando con bulldozers el campamento de refugiados de Jenin. Pero también esto seguía estando demasiado lejos de los que el ejército más poderoso de Oriente Próximo podía llevar a cabo. Y a pesar de la demonización del modelo de resistencia elegido por los palestinos en la segunda Intifada —los atentados suicidas— sólo eran necesarios dos o tres F-16 y un puñado de tanques para castigar colectivamente a los palestinos destruyendo completamente su infraestructura humana, económica y social.

Conozco a esos generales tan bien como la palma de mi mano. La semana pasada disfrutaron de un día de campo. Se acabó el utilizar aleatoriamente bombas de un kilo, navíos de guerra, helicópteros y artillería pesada. El débil e insignificante nuevo ministro de Defensa, Amir Perez, aceptó sin vacilar la exigencia del ejército de aplastar la Franja de Gaza y de machacar el Líbano hasta reducirlo a polvo. Pero quizá eso no sea suficiente. Puede ocurrir que los acontecimientos degeneren en una guerra a gran escala contra el endeble ejército de Siria y que mis ex estudiantes empujen hacia ese desenlace mediante provocaciones. Y si damos crédito a lo que se publica en la prensa israelí, la cosa puede incluso escalar hasta una larga guerra a gran distancia contra Irán desatada bajo el supremo paraguas protector usamericano.

Hasta las informaciones más parciales de la prensa israelí sobre lo que el ejército ha propuesto al Gobierno de Ehud Olmer como posibles operaciones a realizar durante los próximos días nos indican claramente lo que realmente está tentando a los generales israelíes estos días. Ni más ni menos que la destrucción total del Líbano, Siria y Teherán.

Los políticos de la cúspide son más moderados, hasta cierto punto. Han satisfecho de forma solo parcial las ansias del ejército por un “conflicto de gran intensidad”. Sin embargo, sus políticas cotidianas están ya imbuidas de propaganda y argumentario castrenses. Ello explica por qué Zipi Livni, la ministro israelí de asuntos exteriores, una persona por lo demás inteligente, pudo declarar cándidamente en la televisión israelí esta noche (13 de julio del 2006) que la mejor manera de recuperar a los soldados “es destruir completamente el aeropuerto internacional de Beirut”. Todo el mundo sabe que lo primero que hacen unos secuestradores o unos ejércitos que retienen a dos prisioneros de guerra es ir a un aeropuerto internacional y adquirir en taquilla billetes comerciales de avión para que captores y cautivos se embarquen en el próximo vuelo. ‘Pero puede que se escapen en coche’, insistían los entrevistadores. ‘Oh, por supuesto’, respondió la ministra israelí de asuntos exteriores. ‘Por eso precisamente vamos a destruir también todas las carreteras del Líbano que conduzcan al exterior”. Esto son buenas noticias para el ejército: destruir aeropuertos, incendiar depósitos de combustible, volar puentes, pulverizar carreteras y causar daños colaterales a la población civil. Así al menos la fuerza aérea podrá mostrar su “verdadero” poderío y desquitarse de los años de frustrante “conflicto de baja intensidad” que obligaron a los mejores y más aguerridos hijos de Israel a pasársela corriendo detrás de niños y niñas por los callejones de Nablús o Hebrón. En Gaza la aviación israelí ya lleva lanzadas cinco bombas de las gordas, cuando en los últimos seis años sólo arrojó una.

Sin embargo, puede que eso no sea suficiente para los generales del ejército. Ya están diciendo claramente en la tele que “aquí en Israel no deberíamos olvidarnos de Damasco y Teherán”. La experiencia del pasado no deja lugar a dudas sobre el significado de estas apelaciones de los generales contra nuestra amnesia colectiva.

Los soldados cautivos de Gaza y Líbano ya han sido borrados de la agenda pública israelí. Ahora se trata de destruir de una vez por todas a Hizbollah y a Hamas, no de traer a casa a los soldados. De forma similar, en el verano de 1982 el público israelí olvidó completamente a la víctima que proporcionó al Gobierno de Menachem Begin la excusa para invadir el Líbano. Se llamaba Shlomo Aragov, embajador israelí en Londres que murió víctima de un atentado realizado por un grupo disidente palestino. El atentado contra el embajador sirvió a Ariel Sharon de excusa para invadir el Líbano y quedarse allí 18 años.

Las rutas alternativas para la resolución de este conflicto ni siquiera se plantean en Israel, ni tan siquiera por parte de la izquierda sionista. No hay nadie que sugiera algunas ideas de estricto sentido común tales como la de intercambiar prisioneros o la de iniciar conversaciones con Hamas y otros grupos palestinos al menos durante una larga tregua que permita preparar el terreno para unas posteriores negociaciones políticas de mayor calado. Esta vía alternativa hacia adelante cuenta ya con el respaldo de todos los países árabes, pero, lamentablemente, con el de nadie más. En Washington Donald Rumsfeld puede que haya perdido algunos de sus representantes en el Departamento de Defensa, pero sigue siendo el Secretario. Para él, la destrucción total de Hamas y de Hizbollah —a cualquier precio y sin pérdida de vidas usamericanas— `revindicará’ la justeza de la Teoría del Tercer Mundo que propagó a comienzos del 2001. La crisis actual es para él una batalla justificada contra un pequeño eje del mal formado por Siria e Irán, lejos del lodazal de Irak y precursora de los objetivos hasta ahora inalcanzados de la “guerra contra el terror”. Si hasta cierto punto era cierto que el Imperio actuaba en Irak al servicio de su agente vicario, el apoyo abierto y completo expresado por el presidente Bush a la reciente agresión israelí contra Gaza y el Líbano demuestra que tal vez haya llegado el momento de devolver el favor recibido: ahora le tocaría al agente vicario salvar al Imperio enfangado.

Hezbollah quiere recuperar el trozo del sur del Líbano que Israel retiene todavía. También quiere jugar un rol preponderante en la política libanesa y muestra solidaridad ideológica tanto con Irán como con la lucha palestina en general y la islamista en particular. Estos tres objetivos no siempre son complementarios y el resultado ha sido un esfuerzo militar mínimo contra Israel durante los últimos seis años. La completa regeneración del turismo en la parte israelí de la frontera con el Líbano prueba que, a diferencia de los generales israelíes, por sus propias razones Hezbollah se siente muy feliz con un conflicto de baja intensidad. Aunque se alcanzara una solución global para la cuestión palestina, incluso ese impulso se extinguiría. Adentrarse 100 metros en territorio israelí es una acción de ese tipo. Vengarse de una operación de tan baja escala con una guerra y una destrucción totales indica claramente que lo que realmente importa es el gran designio estratégico, no el pretexto.

Nada de esto es nuevo. En 1948 los palestinos optaron por un conflicto de muy baja intensidad cuando la ONU impuso sobre ellos un acuerdo que les arrebataba la mitad de su patria para entregársela a una comunidad de recién llegados y de colonos, la mayoría de los cuales habían llegado después de 1945. Los líderes sionistas esperaron durante largo tiempo esa oportunidad y lanzaron una operación de limpieza étnica que expulsó a la mitad de la población nativa del territorio, destruyó la mitad de sus pueblos y arrastró al mundo árabe a un conflicto innecesario con Occidente, cuyas potencias se hallaban ya al borde del desfallecimiento tras el colapso del colonialismo. Los dos designios están conectados entre sí: cuanto más se amplíe el poderío militar israelí más fácil será completar el asunto que quedó inconcluso en 1948: la total desarabización de Palestina.

Aún no es tarde para parar los pies al proyecto israelí de crear una nueva y terrible realidad sobre el terreno. Pero el margen que existe para hacerlo es muy estrecho y el mundo debe actuar antes de que sea demasiado tarde.




Ilan Pappe es profesor del Departamento de Ciencias políticas de la Universidad de Haifa y Presidente del Instituto Emil Touma de Estudios Palestinos de Haifa. Entre sus numerosas publicaciones se cuentan las siguientes obras: The Making of the Arab-Israeli Conflict (Londres y Nueva York, 1992), The Israel/Palestine Question (Londres y Nueva York, 1999), A History of Modern Palestine (Cambridge 2003), The Modern Middle East (Londres y Nueva York, 2005) y, de próxima aparición, Ethnic Cleansing of Palestine (2006)





Texto original: http://www.zmag.org/content/print_article.cfm?itemID=10590§ionID=107




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